Nuestro buen Dios nunca permitirá que ni una sola lágrima se derrame sin un propósito eterno para nuestras vidas.
Un buen boxeador debe saber golpear y también saber recibir golpes. Y, aunque en algún encuentro puede llegar a ganar por knockout, lo más seguro es que no siempre sea así, muchos han ganado peleas después de que reciben varios ataques seguidos del oponente porque logran soportar los golpes y esperar a que el rival se canse, para luego derribarlo con un solo ataque. Por eso, para ellos el entrenamiento para recibir golpes es tan importante como el que realizan para darlos. O sea que, en cierto modo, el boxeo es una competencia para ver quién tolera y resiste más. De la misma forma, la aflicción en nuestras vidas cumple un propósito divino para fortalecer nuestra fe y tornarla inquebrantable.
“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado”.
Romanos 5: 1-5
Los largos y delgados bambúes no se caen, aunque sople un viento fuerte, porque cada uno de los nudos que los componen los sostienen firmemente. Para formar estos nudos, la caña de bambú detiene su crecimiento por un tiempo, aunque esto implique que su belleza se vea afectada, pues de lo contrario no podrá resistir al viento y superar el peligro que sobrevenga. Al igual que estos, las aflicciones y los sufrimientos moldean nuestra vida, nuestro carácter y dejan cicatrices que nos fortalecen. Los despidos laborales, los divorcios, las enfermedades, situaciones de carencia, el fracaso, una pérdida familiar, etcétera; pueden impactar nuestra vida provocando un estancamiento inicialmente, pero posteriormente con la ayuda de Dios se convertirá en una huella indeleble, una hermosa cicatriz que termina haciéndonos más fuertes.
Por lo tanto, nunca debemos olvidar que cuando nos enfrentemos a una adversidad y nos sintamos acongojados, recordemos con toda confianza que nuestro amado Dios está formando otro nudo en nuestras vidas que nos hará más firmes y fuertes que nos permitirá caminar con un mayor peso de gloria, sin olvidarnos que esas cicatrices son muestras de nuestras batallas y son hermosas para Cristo.
“En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”.
1ra Pedro 1: 6-7.
Con el amor de Cristo,
Mily Rodríguez M.
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