Recuerdo no poder dormir, me costaba incluso respirar con facilidad como en un día normal. Sentía mi estómago revuelto todo el tiempo, me era imposible probar alimento alguno, incluso tomar agua era un reto. Mi mente pensaba todo el tiempo dando vueltas sobre lo mismo una y otra vez, simplemente no podía soltarlo...
"Qué voy a hacer si..."
"Qué pasará si..."
"Cómo pudo suceder esto..."
"Cómo lo soluciono..."
Me comía por dentro y empezaba a notarse por fuera. Mi rostro se desfasaba, sonreír era prácticamente imposible y ocultarlo era tan complicado como subir el Everest. Sólo tenía ganas de gritar y llorar como si esto pudiera solucionar algo, y aunque me desahogaba no lo hacía, no lo solucionaba. Desesperada hice lo que debí hacer desde un principio...
El despertador sonó temprano, me puse ropa cómoda y unos tenis. Tomé mi Biblia, una pequeña libreta, una pluma, mi música cristiana favorita y unos audífonos. Con el alma apenas con aliento salí al parque que está cerca de casa, busqué ese lugar que le llamo "mi rincón verde". Un pequeño espacio solitario donde sólo se pueden ver árboles y el cielo, donde sólo estamos Él y yo.
"Levantaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro?"
- Salmo 121:1 (LBLA)
Sí, levanté mis ojos al cielo, sabía que de ahí vendría la ayuda. Y decidida oré clamando a Dios. Durante mucho tiempo hubo silencio, no estuve allí 30 minutos y ni siquiera una hora. Con el paso de los minutos y las horas comprendí que la ayuda que necesitaba era recuperar la paz que la angustia me había robado. ¿Qué pasaría con mi problema? Dejó de importarme, luché por mi paz, luché porque Dios tuviera el control de mi mente y mi corazón, y no mi angustia y mi problema. Ellos no podían ser más grandes que mi Dios, Él era más grande que ellos y debía tener la soberanía sobre mí.
Recuerdo haber estado ahí al menos unas 4 horas, oré, leí mi Biblia, canté, estuve también en silencio y lloré. No sé en que momento sucedió pero, de pronto, el cielo brilló más, el aire se hizo más puro, pude sentir con mucha sensibilidad el viento y la naturaleza como si fueran una conmigo. ¡Su Presencia! Lo supe, me estaba hablando. ¡Dios me estaba respondiendo y sentí la paz en mi corazón! Mi alma sentía un aliento fuerte, mi cuerpo se sentía aliviado, mi mente tranquila. Otra vez estaba en la perfecta relación con Dios, había vencido a mi angustia. Dios se encargaría de mi problema, yo debía confiar. Lo que estuviera en mis manos haría, y lo que no... Él se encargaría. Sea lo que fuera que sucedería, yo confiaría.
Esta paz y confianza no fueron palabras que me repetía, fue una paz que te inunda sobrenaturalmente, y fue el resultado de estar a solas con Dios por varias horas, solo centrada en Él y solamente en Él hasta soltarle todo y sólo tomarlo a Él.
Así se gana la batalla contra la ansiedad. David lo sabía muy bien. Gracias Señor por este Salmo que nos señala el camino hacia dónde debemos ir...
"Levantaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro?
Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra."
- Salmo 121:1-2 (LBLA)
Gracias por existir, en el entrañable amor de Cristo...
Leticia Alarcón
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